viernes, 12 de febrero de 2010

Caminos con enredaderas

Según Ortega todo principiante es escéptico pero todo escéptico no es más que un principiante. A veces da la impresión, cuando uno comienza a recorrer los caminos selváticos que conducen a la verdad, de que efectivamente eso que se busca al final del camino no es más que una ilusión. Entonces parece que detrás de todas esas enredaderas no hay otra cosa que no sean más enredaderas. Ante tal panorama, un principiante, que no tiene más que un cuchillo de mantequilla, tras haber comenzado ilusionado a cortar el primer nudo, descubre detrás un nudo aún más grueso. A la desesperanza que produce la complejidad de la realidad la llamamos escepticismo. Entendido de esta manera, el escepticismo no debe ser descartado como una necedad sino que debe ser atendido con gravedad por aquellos que han conseguido avanzar más en el conocimiento de la verdad.
En esta línea, la distinción que aporta el profesor Nubiola entre pragmatismo y relativismo es muy oportuna para sanar el escepticismo. Entender que el rechazo del cientificismo no implica la aceptación del relativismo es muy importante para el principiante escéptico. Por tanto, la tesis que vamos a proponer aquí dice que dicha distinción (pragmatismo-relativismo) sugiere una posible salida de la desesperanza al principiante. Esto se debe a que le abre al inexperto la posibilidad de recorrer el camino de los demás; no es necesario volver a abrir la brecha, es posible comenzar donde terminaron otros.

Para comenzar, por tanto, mi breve e inexacta exposición, me gustaría resaltar dos características claves del pragmatismo: el rechazo del cartesianismo y el rechazo del cientificismo. Ambos rechazos se pueden entender integralmente desde un punto de vista concreto: el rechazo de la reducción de la realidad.
Por cartesianismo entendemos, entre otras cosas, la tendencia a reducir la realidad a un sistema de proposiciones lógicas apoyadas en un axioma. En otras palabras, significa decir al principiante que la filosofía consiste principalmente en meter la selva en una bolsa. El filósofo, pobre y novato, podría pasar toda su vida tejiendo una bolsa suficientemente grande y aún así, nunca conseguiría abarcar toda la jungla.
Por cientificismo entendemos conceder a la ciencia positiva el estatuto definitivo de juez de la verdad. Si la realidad no encaja en el esquema de la ciencia positiva, mal por la realidad. Es un tipo de cartesianismo peculiar cuyo esquema a seguir es el de las ciencias positivas. No se trata de alcanzar la verdad sino de justificar a las ciencias empíricas. Los cientificistas, a diferencia de los filósofos, no quieren llegar al final del camino sino demostrar que el camino que recorre la ciencia es el único. Lo importante no es la meta sino avanzar; la meta es avanzar.

Quise utilizar la metáfora de la selva para poner de manifiesto que la realidad es mucho más compleja de lo que pretenden algunos. Quizá la principal característica de todos los reduccionistas es no reconocer la realidad como tal. Si la gente no pretende salir de la selva es porque no se ha dado cuentan de que está dentro de ella. Esto queda plasmado perfectamente en la alegoría de la caverna, cuando el filósofo dice a los demás que la realidad es causa de las sombras y es rechazado: le dicen al barbudo ingenuo “no hay que duplicar entes sin necesidad”. Tal vez hay que ser un poco desvergonzados y contestar a los necios: “no hay que reducir entes sin necesidad”.

En este sentido, el pragmatismo es un alivio para la época posmoderna pues efectivamente consigue reconocer y desenmascarar el error del reduccionismo. Cuando el pragmatismo proclama el pluralismo, no lo hace por escepticismo sino todo lo contrario: lo hace porque precisamente se da cuenta de que la realidad es demasiado compleja. Se da cuenta de que la realidad no es un desierto sino una selva rica en matices.
Reconocer que el avanzar hacia la verdad no es la verdad es un gran paso hacia la verdad. El pragmatismo es un reconocimiento del método como método y no como verdad. Todo esto implica hacer nuestros esquemas más flexibles. Falibles. Ahora bien, esto no significa negar la realidad si no abrirse a ella. La flexibilidad de esquemas hace posible el pluralismo, mi esquema no es el único. La brecha que he abierto yo puede no ser la más profunda. El pobre escéptico, con su cuchillo de mantequilla, le debe al pluralismo la capacidad de recorrer la misma brecha que Aristóteles.

La clave de la distinción entre pluralismo y relativismo consiste en que el pluralismo piensa que la brecha que abrimos los hombres se dirige a algún lado; mientras que el relativismo piensa que la brecha que abrimos es irrelevante. Como se ve la clave se encuentra en la verdad. Los hombres tenemos cierta inquietud a recorrer —y si es posible, incrementar—la brecha porque estamos llamados a salir de la selva. Por eso alguna vez un gran explorador dijo: “Todos los hombres por naturaleza desean saber” . El pluralismo, a diferencia del relativismo, no sólo reconoce que tiene sentido abrir brechas, sino que, como se va hacia algún lado, hay unas brechas mejores que otras.

jueves, 4 de febrero de 2010

La redención del escritor desencantado

Se dice que los filósofos plantean problemas cuya solución es obvia (...lo real existe). También se dice que están alejados de la vida. Que constantemente acuden al campo a contemplar las estrellas. Que tienen mirada soñolienta y el peinado más extraño que se ha visto... Si se observa con detenimiento, lo descrito aquí no describe sólo a los filósofos. Dicha descripción podría englobar también a Einstein o a Miguel Ángel. Los hombres qué más han aportado a la cultura coinciden en ciertas actitudes.
Constantemente se les llama visionarios. Es como si vieran más que el resto, se fijan constantemente en cosas que nadie repara. Nadie duda, en que son gente extraordinaria, que han sido lo más humanos que pudieron ser. Que cierta energía los impulsaba con vehemencia a expresar lo que expresaron, a decir lo que dijeron. Hoy en día nos seguimos estremeciendo con su canto, que, de manera menos poética, puede entenderse como el legado cultural de occidente.

El filósofo y el genio comparten la misma actitud. La misma sed. De entrada ambos tienen los ojos muy abiertos (como una lechuza) y una sonrisa de paz en los labios. Sienten una luz que les ilumina la cara. El núcleo de la realidad se les presenta con suavidad, se les sugiere, y entonces salen en su búsqueda. No quieren conquistar el mundo, quieren encontrarlo. La vida del genio es una persecución de la belleza sugerida en instantes muy puntuales y concretos de su vida. La admiración les marca, de una vez por todas, el único camino que merece la pena ser vivido. Comparten los dos, pues, que no viven en las apariencias. Comparten la sed de realidad. La mirada certera que apunta a las claves de las cosas.
La expresión del genio se manifiesta de muchas maneras, he de reducir aquí la indagación, por razones obvias, a una de esas manifestaciones. El genio como escritor..

El escritor auténtico, se caracteriza por una sola cosa. El pensamiento dirige su pluma, y la belleza dirige su pensamiento. Le tienen sin cuidado los esquemas que inventan los críticos. Cervantes no se preocupó de que no existiera un género para la novela que quería escribir. A Shakespeare no le importó que aún no existiera el teatro isabelino. Estos hombres, que irrumpen de vez en cuando en la historia y la sacuden, no se guían por las apariencias sino que las destrozan, las desenmascaran.
El único sentido que tiene una obra de literatura es mostrar la realidad. Es admirar a los demás. Cuando desaparece la ficción, se tiende a olvidar la diferencia entre la realidad y los sueños. Por más evidente que suene es importante remarcar que la realidad es condición de posibilidad para la ficción. El verdadero escritor es consciente de que la ficción es precisamente eso, ficción, y por eso no pretende que su obra substituya a la realidad. Ahora bien, es también consciente de que, sea como sea, su ficción tiene que conseguir remitir a ese aspecto concreto de la realidad que contempla. Como es es su único fin, no le importa nada que no se adapte a a su meta. Si es necesario inventar un género literario lo inventa; si es preciso escribir siete libros, los escribe. Si sólo hacen falta dos líneas solo escribe dos. La técnica se subordina a su intención. Vender libros, o ser reconocido es una cosa completamente accidental a esta actividad vital.

El escritor es un hombre hambriento de realidad que, conforme se va haciendo a ella, tiene la irremediable responsabilidad de transmitirla a los demás. Contemplar exige comunicar. Se puede decir entonces que el escritor es un medio de conectar a la sociedad con la realidad. Así es como contribuye al bien común.
La sociedad debe a los escritores, a los auténticos, la distinción entre apariencia y realidad. Siempre que se pone al hombre frente a la realidad se le pone frente al problema de el ser y el pensar. Y justo cuando se pone al hombre frente a ese problema, es cuando el hombre se descubre a sí mismo como distinto al mundo. Es cuando ocurre la admiración.

Como se ve, la admiracón es lo que nutre y vivifica la auténtica labor intelectual. Sin embargo, para experimentarla hace falta cierta actitud vital a la que los hombres llamamos humildad. Evidentemente este tema merece un ensayo entero.