martes, 20 de octubre de 2009

Aproximaciones a la realidad


Todos los hombres por naturaleza desean saber. De modo que, cuando yo era niño preguntaba muchas cosas: ¿qué es esto?, ¿cómo funciona?, ¿para qué lo quieres? Luego fui creciendo y a base de porque síes me callé. Mis ojos dejaron de abrirse de para en par con lo cotidiano. Me acostumbre al mundo. ‘Crecí’.

Cuando terminé bachillerato la vida me impulsó a buscar algo productivo que hacer con mi vida. Tuve miedo de estudiar Filosofía, aunque quería. Nadie estudiaba eso, nadie creía en los filósofos, eran prácticamente profesores más cultos de lo normal y punto. No había nada de gloria en ello.

Por lo tanto, disfracé mi afán de verdad en las ciencias, en concreto en la medicina; su prestigio me atraía. Quería estudiar neurología para investigar de qué manera está conectada el alma con el cuerpo. No funcionó. La biología y la química estaban bien pero algo no cuadraba en el esquema. Seguí mi intuición. Dejé una profesión segura, arropado en cierto aire de romanticismo juvenil, y decidí estudiar Filosofía en España. Me alejé de mi casa y de mis amigos. Perdí un año de estudios. Tuve que empezar todo desde cero. Aún no sé como me voy a ganar la vida cuando crezca y noto, conforme pasa el tiempo, que pierdo credibilidad ante la gente. Sin embargo, al día de hoy, puedo decir que ha valido la pena. En el fondo, y es lo que respetuosamente quisiera compartir en este ensayo, mi experiencia personal resume una lección muy importante en Filosofía: la diferencia entre ciencia y filosofía.

“Todos los hombres por naturaleza desean saber”[1]. Y el verbo saber puede decirse de muchas maneras. Fuera de bromas, existen muchos tipos de conocimiento. Una distinción muy útil para el tema en cuestión es la distinción entre el saber teórico y el saber práctico.

El saber teórico por un lado, no persigue ningún fin más que el mismo saber. La verdad teórica no es interesante. Me aclaro, no es interesante en el sentido de que en si misma no es útil para la vida de los hombres. El saber teórico no hace a un hombre más ético o un experto en construcción de aviones. Más bien, es una actividad que tiene su fin en la misma actividad. Cuando se conoce se ha conocido, se está conociendo y se puede seguir conociendo. Por eso, en cierto sentido, Kant no mentía cuando afirmó que tras siglos de discusión la filosofía seguía siendo una ciencia estéril.

Por otro lado, el saber práctico, es un tipo de conocimiento que tiene su fin fuera de la misma actividad. Es un saber para algo.

Partiendo de esta distinción, me gustaría encuadrar a la ciencia moderna dentro del saber práctico.

El método científico consiste principalmente en buscar, con base en la experiencia empírica y la inducción, las leyes matemáticas que rigen el comportamiento de la naturaleza con el fin de elaborar productos que hagan más fácil la vida al hombre.

Así, el método de la ciencia moderna, aunque sus resultados son asombrosos y numerosos, separa inevitablemente a la ciencia del saber teórico. Esto se debe principalmente a dos motivos:

El primero es que el método reduce toda la realidad a números. En cierto sentido el método de la ciencia se queda sólo con la parte matematizable de la realidad. Por eso nunca dice nada de lo que cae fuera del ámbito matemático. La ley de la gravedad no es ni buena, ni bella, es simplemente exacta.
El segundo es que la ciencia moderna está interesada de entrada. No busca la verdad por sí misma sino que la busca con fines extrínsecos a ella misma. Al método científico no le interesa si existen o no las cosas, sino la manera en que puede incidir en ellas para “convertirnos como en dueños y poseedores de la naturaleza”
[2]. Por eso el método científico limita su campo de investigación a lo interesante para su propio fin.

Con base en todo lo anterior, voy a tener el atrevimiento de denunciar un grave error intelectual: el cientificismo. El cientificismo consiste principalmente en la confusión del saber filosófico con la ciencia moderna. Es la creencia infundada en que la ciencia proporciona conocimientos ciertos y unívocos sobre cómo es el mundo en realidad. El conocimiento adecuado para hablar de la realidad es el teórico pues este no limita su campo de estudio en ningún sentido (no está interesado en otra cosa que en conocer).Este error intelectual no sólo se limita a los científicos (a los cuales admiro profundamente) si no que también afecta a los filósofos, los grandes filósofos de la modernidad construyeron su pensamiento o bien inspirados en el método científico, (Descartes, Spinoza, Kant) o bien en torno al mismo método científico (el empirismo británico).

En conclusión, es un gran avance para la filosofía analítica (que inicialmente nació en cierto humus cientificista) la denuncia del cientificismo. De esta manera algunas de sus características más positivas como el trabajo en equipo o el rigor lógico pueden llegar a convertirse en herramientas potentes para el saber filosófico en general. Con la denuncia del cientificismo, la filosofía contemporánea gana en identidad propia y pone sus propias armas al servicio del saber filosófico. En estos tiempos en los que el pensamiento débil tiene primacía, es menester para todas las tradiciones filosóficas rescatar a la sabiduría y defenderla como lo hizo Sócrates con los sofistas.


[1] Aristóteles, Metafísica, I 1 ,981a

[2] Descartes, D.M., 6

domingo, 18 de octubre de 2009

El voluntarismo matemático

La filosofía cartesiana tiene un marcado carácter práctico. A juicio de este autor, esto provoca un daño muy serio a la filosofía. El presente texto se propone argumentar al hilo de dos capítulos del discurso del método, los efectos que tiene la concepción práctica de la filosofía en la actividad filosófica.

El ensayo se centrará principalmente en la tercera y sexta parte del discurso. En la primera, al hablar de la moral provisional, se estudiarán las influencias que Descartes recibe de los estoicos en el plano moral; Además, y principalmente, se estudiará la influencia de Montaigne y el escepticismo en la concepción de la filosofía para Descartes.
La concepción decididamente práctica de la filosofía cartesiana enlaza directamente con la sexta parte de su discurso en la que aparecen los posibles resultados del ejercicio filosófico. Aquí aprovecharemos para estudiar la noción de autodeterminación presente en toda la filosofía moderna, y por lo tanto, también en Descartes.
Para concluir nos adentraremos en la actitud filosófica implicada en la filosofía cartesiana y señalaremos algunas inconveniencias de esta actitud.

Durante algunos años se consideró a Descartes como un revolucionario de la filosofía; su sistema se considero como un rompimiento radical con la filosofía anterior. Sin embargo, hoy en día no es ninguna novedad señalar la estrecha conexión del pensamiento cartesiano con la antigüedad clásica. Su método, como ya señaló el profesor Alvira, presenta ciertas sintonías con el método socrático (aunque tiene diferencias muy importantes). En el plano moral no se da la excepción. Parece que Descartes estuvo fuertemente inspirado por la corriente estoica, por lo menos a la hora de establecer su moral provisional. La influencia estoica se aprecia directamente en su tercera máxima: “Procurar siempre vencerme a mí mismo antes que a la fortuna y alterar mis deseos antes que el orden del mundo”[1]. Como es bien sabido, para los estoicos la felicidad consistía en reprimir el deseo lo más posible de manera que los cambios del destino no afectaran a la posesión de la felicidad. Es decir, no depender de nada ajeno a uno para ser feliz.

Además de la influencia clásica en la moral provisional, hay una influencia más directa y más determinante, la de Michel de Montaigne. Montaigne fue un pensador escéptico que marcó decisivamente el carácter de la filosofía cartesiana. Él pensaba que el ser humano es incapaz de verdad porque el conocimiento depende directamente de la experiencia empírica y esta está sujeta a constantes cambios y alteraciones. Por lo tanto no se puede conocer ningún tipo de certeza si no sólo expresar ciertas opiniones verosímiles. Sin embargo, a esto se presenta una objeción muy importante: ¿cómo debe conducirse uno por la vida? La raíz de esta objeción radica en que si bien se puede ser escéptico en el plano teórico no se puede ser escéptico en el práctico. Para los hombres vivir es inevitable y por lo tanto es imposible no actuar de una manera u otra.
Montaigne responde a esta cuestión recomendando la adhesión a las normas y costumbres del país en el que se vive, la adhesión a la opinión de los hombres célebres (se refiere sobre todo a los autores romanos) y recomienda estar dispuesto a acatar lo que depare la fortuna sin pretender cambiarla.
De manera que Montaigne influye en el plano práctico de dos maneras en Descartes. Primero indirectamente al presentar el estoicismo como un remedio para la perplejidad; y segundo, y de manera directa al otorgarle a Descartes una máxima para su moral provisional:
“Obedecer las leyes y costumbres […] rigiéndome en las restantes cosas según las opiniones más moderadas y apartadas de todo exceso”.[2]

Pero la influencia de Montaigne no se reduce exclusivamente a la moral provisional. De hecho, la filosofía cartesiana se entiende mejor en diálogo con escepticismo de Montaigne. Si bien en un primer momento Descartes decide adoptar el escepticismo de Montaigne (e incluso acoge parte de su pensamiento ético) es sólo para refutarlo. Desde esta perspectiva, Coppleston acierta manifiestamente al señalar que “Descartes quería […] desarrollar un sistema de proposiciones verdaderas en el que no se diese por supuesto nada que no fuera evidente por si mismo e indudable”[3]. Ahora bien, esta meta que se propuso Descartes se entiende más plenamente si se tiene en cuenta lo que el francés entendía por filosofía: “Filosofía significa el estudio de la sabiduría, y por sabiduría entiendo no solamente la prudencia en la acción si no también un conocimiento perfecto de todas las cosas que el hombre puede conocer, tanto para la conducción de su vida y la conservación de su salud como para la invención de todas las artes”[4].
De lo anterior se desprenden dos consecuencias: la primera es que Descartes busca construir un sistema que resulte indudable para cualquier tipo de escepticismo. La segunda es que Descartes concibe la ciencia como un sistema unitario para el cual es aplicable el mismo y el único método.

Quisiera detenerme en este último punto: la concepción de la ciencia como un sistema de ramas orgánicamente conectadas. Aquí se ve claramente la influencia de las matemáticas en el pensamiento cartesiano. Mientras que por un lado Descartes estaba muy preocupado por vencer el escepticismo de la época, y en su época el pensamiento estaba ya muy desprestigiado y en decadencia; las matemáticas parecían ofrecer un conocimiento claro y distinto y nunca se dudaba de ellas. De esta manera no resulta extraño el hecho que Descartes tomara el método de las matemáticas e intentará aplicarlo a la filosofía. La posesión de una evidencia tan clara como la que ofrecían las matemáticas era lo que el filósofo francés estaba buscando para combatir el escepticismo de Montaigne, liberar al hombre del error y fundamentar sólidamente la nueva manera de hacer física que estaba surgiendo en su época. Así pues, inspirado en las matemáticas Descartes rompe con la concepción que se tenía anteriormente de la ciencias: mientras que por un lado la tradición anterior consideraba que había distintas ciencias con distintos objetos cada una y que cada una tenía su método propio; Descartes considera a la ciencia como una única ciencia universal y por lo tanto que le es propia un único método.

Ahora bien, para construir el sistema que se ha propuesto Descartes aún tiene que encontrar una verdad que sea tan clara y distinta que resulte indudable para cualquier escéptico. Descartes encontrará esta verdad aplicando la duda metódica. Esto consiste en someterse voluntariamente al más severo escepticismo, volo dubitare de omnibus, y buscar una verdad que resulte inapelable. De esta manera Descartes se encuentra con la imposibilidad de negar la evidencia de su actividad pensante. Pienso, luego existo. A partir de esta verdad el filósofo francés comenzará a construir su sistema en el que incluirá la existencia de Dios y la inmortalidad del alma. Pero no sólo eso.

En el inicio de la sexta parte del discurso del método encontramos un legado de posibles frutos que se alcanzarán de seguir el itinerario trazado anteriormente. A partir de lo recorrido por Descartes, y aplicando correctamente su método, los hombres podríamos “Convertirnos como en dueños y poseedores de la naturaleza”[5]. Puesto que con un conocimiento tan claro y distinto de los fundamentos de la naturaleza el hombre podría elaborar artificios que “Nos permitirían gozar sin ningún trabajo de los frutos de la tierra”[6]. Y no sólo eso, también la medicina avanzaría: “Podríamos librarnos de infinidad de enfermedades, tanto del cuerpo como del espíritu, y hasta quizá de la debilidad que la vejez nos trae”[7].

Las anteriores citas son oportunas porque representan claramente una noción de fondo en el pensamiento cartesiano: la redención del hombre a través de la técnica.

Es muy gráfico que Descartes hable de gozar de los productos de la tierra sin ningún esfuerzo cuando en el génesis aparece precisamente el trabajo como una imposición divina al hombre tras abandonar el paraíso. Además cuando alude a la superación de la debilidad de la vejez es como si Descartes quisiera arañar de la técnica cierta superación de la limitación humana.

Pero dejando de lado estas curiosidades, es remarcable que como padre de la filosofía moderna se encuentren en Descartes notas comunes en toda la modernidad. Para Descartes lo más radical en el hombre no es el cogitor si no lo anterior a el, la voluntad. En efecto, lo que en realidad se presenta como evidente para Descartes no es el pensamiento si no la duda, y la duda es una actividad de la voluntad que preexige la libertad: “Tuvimos una prueba muy clara de eso; porque, al mismo tiempo que tratábamos de de dudar de todas las cosas percibíamos en nosotros una libertad que nos permitía abstenernos de creer lo que no fuera perfectamente serio e indudable”.[8] De manera que, antes de pensar el hombre es libre y quiere. Esto está en sintonía con el pensamiento de Duns Escoto y de Guillermo de Ockham que consideran que el hombre es una voluntad libre que quiere con independencia de la razón. Ahora bien, si la voluntad puede querer lo que sea significa que no está determinada previamente por nada. Es decir, si la voluntad tiene una naturaleza entonces estará inclinada a actuar de un modo u otro y por lo tanto no será libre. Por lo tanto, lo más radical del hombre es indeterminación. Sin embargo esto no puede ser estudiado racionalmente por lo que el centro de atención para todos los autores voluntaristas se encuadra en el producto de esta indeterminación. “Todo el valor de estas filosofías (…) está en la producción ya que en tanto que ahí y solamente ahí es donde el hombre se puede contemplar”[9]. “Se dice que si algo se puede esperar del hombre es en términos de resultado, porque lo anterior es indeterminación”[10]. Así pues, teniendo en cuenta el voluntarismo cartesiano no resultan extrañas sus promesas. Debido a que lo importante en el hombre son sus productos, es precisamente a través de ellos (es decir, a través de la técnica) como el hombre debe alcanzar su perfección, o con otra palabra, su redención.

En conclusión, el pensamiento de Descartes es una innovación con respecto a la filosofía anterior, consigue vencer el escepticismo de su época y marca el inicio de una nueva etapa en la historia de la filosofía. Sin embargo, su pensamiento no es del todo positivo. Al utilizar la duda metódica Descartes consigue darle a su sistema un giro voluntarista. De esta manera, el acercamiento a la realidad queda limitado de entrada. La admiración deja de ser el punto de inicio de la filosofía, a partir de ahora será la duda (que en el fondo es la voluntad). Esto implica dos cosas: la primera es que antes de filosofar se tiene una intención distinta a la misma actividad (en Descartes es la superación del escepticismo y el progreso de la técnica); y en segundo lugar que el acercamiento a la realidad estará limitado por esa intención, de manera que el filósofo buscará en la realidad lo que se adecue a su sistema y lo otro lo desechará.

La Filosofía es una actividad inútil técnicamente, no aporta datos para la construcción de artefactos. La Filosofía consiste en admirarse sin interés de lo dado y a partir de allí encontrar el fundamento de ello. Los frutos prácticos son consecuencias posteriores a la especulación. Sólo si se conoce la naturaleza del hombre se conoce como mejorarla. Si se concibe a la Filosofía como una ciencia práctica, es normal que se le considere estéril y en continuo estancamiento. Aunque indisputablemente esta no era la intención de Descartes.


[1] D.M., 3

[2] Ibidém

[3] COPPLESTON F., Historia de la Filosofía Vol.IV. Ariel, Barcelona 1971. p.69.

[4] P.F. Carta Preliminar

[5] D.M., 6

[6] Ibídem

[7]

[8] P.F., 1, 39; A.T., VIII, 19-20

[9] POLO L., Lo radical y la libertad; en Persona y libertad, Eunsa. Pamplona, 1996. Pág. 185

[10] POLO L., Lo radical y la libertad; en Persona y libertad, Eunsa. Pamplona, 1996. Pág. 196